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“Enfermedades” del primer mundo en el siglo XXI

El primer mundo vive un momento extraño. Por un lado, hemos conseguido reducir la mortalidad infantil a mínimos históricos y prolongar la vida hasta límites insospechados en siglos pasados. La información nunca ha sido tan accesible como hoy. Basta con hacer clic en un ratón, o tocar suavemente nuestro trackpad, para que miles de ventanas nos iluminen de forma inmediata. Sin embargo, y por el otro lado, la sociedad duda hoy de la ciencia que tantas vidas ha salvado. Embarazadas ingresadas por orden judicial en situaciones de riesgo para sus bebés. Otros que quieren leche cruda, y se la juegan a que el jugo de la vaca venga contaminado con bacterias cuyos nombres los médicos ya no recordamos. Hay padres que deciden no vacunar a sus propios hijos y dejan el futuro al cuidado de las pseudociencias.

¿Qué está pasando?

No me lo estoy inventando, ojalá fuera así. La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología publica bienalmente los informes de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España. Estos fueron algunos resultados de la encuesta realizada en 2018:

  • Uno de cada tres españoles piensa que los antibióticos curan infecciones causadas por virus.
  • Un 15% cree que los primeros humanos vivieron al mismo tiempo que los dinosaurios.
  • Un 11,9% opina que es el Sol quien gira alrededor de la Tierra, y no al revés.
  • Un 23,3% considera que la acupuntura, un 21,6% la homeopatía, y un 16,3% el Reiki, también son ciencias.
  • Un 6,4% cree que los riesgos de las vacunas superan a los beneficios.
  • Un 26,3% afirma que ha utilizado pseudoterapias sustituyendo al tratamiento médico convencional.

Y comparado con el resto de Europa, podemos estar más que orgullosos de estos resultados. El porcentaje de vacunofóbicos en países como Francia, Italia o Alemania, alcanza valores cercanos a la mitad de la población. El uso de algunas pseudoterapias, constituye una práctica clínica común en Alemania. Algo no estamos haciendo bien.

¿Debemos culpar directamente a la sociedad?

Yo creo que no. Al menos, no solo a ellos. Porque dudar es lógico, y necesario. La incertidumbre nos conduce a la búsqueda de la verdad, a demandar información, a preguntar, a evolucionar como seres humanos. Algunos expertos creen que no toda información debe ser compartida. Que el pueblo debe creer sin cuestionar, obedecer sin rechistar, respetar al entendido sin dudar de su sabiduría. Esto supone un grave error, bajo mi humilde punto de vista. Si no podemos poner límites al conocimiento, no debemos prohibir su búsqueda. En numerosas ocasiones, somos los propios profesionales sanitarios los que nos enfadamos con los pacientes cuando no desean adherirse a nuestras terapias o recomendaciones. No nos gusta sentirnos cuestionados, examinados por el enfermo. Son briznas del modelo paternalista que aún revolotean entre neuronas del pasado.

Sin embargo, hoy estamos en la era del empoderamiento del paciente. De la recuperación de la dignidad que nunca debió perder. Hemos pasado del “dígame qué tengo que hacer” al “dígame lo que hay y yo decido”. De conflictos éticos en los que chocan los principios de autonomía y beneficencia, donde la justicia y la no maleficencia se mueven en hilos tan finos, que harían tambalear al mejor equilibrista.

En esta nueva época, la labor del experto no debe ser la de ofenderse y ofrecer la espalda ante la duda, sino la de comunicar y transmitir toda la verdad que la evidencia pueda enseñarnos ad hoc. Los problemas surgen cuando los sabios no saben ganarse al pueblo, o cuando las preguntas se resuelven con experiencias personales, aunque su origen sea más místico que científico. Desde luego, algo estamos haciendo mal los científicos. Culpar solo al ciudadano es tan sencillo como poco productivo.

¿Existe alguna lógica racional entre los defensores del movimiento contrario a las vacunas?

Probablemente no. Lo que predomina es el miedo y el desconocimiento, o la infoxicación con datos erróneos que refuerzan la idea de no vacunar. Y también una sensación de falsa seguridad, pues algunas de las enfermedades inmunoprevenibles son hoy tan infrecuentes, que creemos que han sido erradicadas, pero no es así. Si son infrecuentes es gracias a las vacunas. Si dejamos de vacunar, esas enfermedades volverán.

Los argumentos vacunofóbicos son variados y numerosos. Además, cada familia es diferente y tendrá los suyos. Algunos motivos serán irrelevantes, mientras que otros supondrán la principal razón para dejar desprotegidos a los niños. Hay que hablar con los padres, en un ambiente relajado y tranquilo, y conocer de primera mano cada explicación, mediante la paciencia, el cariño, la empatía y la escucha activa. No existe ninguna fórmula mágica para cambiar la opinión de los llamados antivacunas, pero cualquier opción pasa primero por averiguar las causas que les han llevado a tomar dicha controvertida decisión. Aunque por supuesto es discutible, este es el modelo que yo defiendo, antes de tener que obligar a vacunar porque una comunidad haya decidido dejar de estar protegida. Las medidas imperativas funcionan, no hay duda, pero nunca conseguirán que el pueblo recupere la confianza perdida en la ciencia y en las vacunas.

Conclusión

En la divulgación científica deben participar muchos otros actores para que los resultados sean satisfactorios: medios de comunicación, administración sanitaria, gobierno, e incluso famosos, que enarbolen la bandera de la ciencia y se alejen de movimientos pseudocientíficos y magufismos, responsables directos de un daño irreparable a la salud de toda una comunidad.

Esto es labor de todos, no solo de los sanitarios. Lo único que tenemos que hacer es tomárnoslo en serio, antes de que venga el lobo y nos pille despistados, mientras disfrutamos del bienestar y los placeres del primer mundo en el siglo XXI.


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